En un sueño de palabras...

El retrato de Selene, de Ian Charles Lepine: el retorno del Arte

17 sept 2017

Ian Charles Lepine
El retrato de Selene
ARS FVTVRA, 2017


La pinté en un jardín, el jardín en el que la vi la primera vez, 
a través de esa ventana, todos esos meses atrás. 
Reconstruí cada flor con mi memoria, e incluso
 la posición exacta de las abejas en el momento 
en que mi alma nació al mundo.
(Ian Charles Lepine. El retrato de Selene.)

Las obras de juventud de los artistas de todos los tiempos son insuperables. Porque y hegelianamente, platónicamente, a través de ellas irrumpe el Espíritu, que quizá sea el Espíritu de la lengua, para electrizar al grupo humano correspondiente y hacerlo ascender por las espirales evolutivas del alma. 

En el principio ha sido y será el Verbo. El cerebro humano ha evolucionado en estrecha relación con la evolución del lenguaje. Una superficial revisión de los hitos de la literatura occidental nos demuestra que muchos de los grandes escritores aparecieron en sus respectivas sociedades como una descarga eléctrica. El lenguaje o los dioses tienen sus elegidos. Darío o Hugo, Keats o Wilde, Rimbaud, Mallarmé, Sor Juana, Lope, Dumas... Y en otras de las grandes artes, Mozart en la música, Miguel Ángel y Leonardo en prácticamente todo, la juventud alumbra obras plenas, que no son apuntes o indicios de algo que va a suceder, sino algo que ya ha sucedido.

¿No hay nada nuevo bajo el Sol? No y sí. Ian Charles Lepine, el autor de El retrato de Selene,  tiene 22 años, su lengua materna es el español pero ha elegido la lengua inglesa como propia. La novela que nos ocupa está escrita originalmente en inglés y ha sido vertida al español por el mismo autor. Leemos en español y nos sentimos rodeados por los misterios de Shakespeare, la profundidad de los románticos ingleses y el ingenio de Oscar Wilde. Leemos en español y a través del instrumento de desarrollo del lenguaje y el cerebro que es la novela nos sentimos habitados por el genio de la lengua inglesa y por cultura expresada en varias de las lenguas de Europa.

El retrato de Selene tiene una dedicatoria en la primera página, escrita en letra pequeñísima, que nos atrae hacia un abismo con su sed de altura inconmensurable: "Para la Forma de la Belleza". To the Form of Beauty". Y a lo largo de 262 páginas, siguiendo el hilo de un narrador misterioso que cuenta lo que cuenta el protagonista, nos sumergimos en un mundo de pinturas y de música, en un recuperado mundo que revisa y se deleita con el grandísimo Arte de todos los tiempos en un ejercicio de nostalgia por el pasado que es una fabricación furiosa de presente.

La novela acontece en el victoriano Londres de 1901. La voz narrativa de Ian Charles Lepine no admite tregua, se crece ante un hallazgo y otro, el lenguaje le otorga sus dones. El Amor guía la carreta. La Muerte guía la carreta. El Eros-Thanatos constitutivo de lo que somos y seremos se abre paso en su sed de desenvolvimiento del Universo, vuelta al origen y eternidad posible. La Musa es Selene Argent y el escritor-personaje es Endymión, destinado a soñarla y por lo tanto a crearla. 

El autor hace gala de un conocimiento a profundidad del mundo clásico. Viene a propósito evocar la carta con la que Juan Valera saluda la aparición de Azul, del veinteañero Rubén Darío:

 "Sabe con amor la antigua literatura griega, sabe de todo lo moderno europeo. Se entrevé, aunque no hace gala de ello, que tiene el concepto cabal del mundo visible y el espíritu humano, tal como este concepto ha venido a formarse por el conjunto de observaciones, experiencias, hipótesis y teorías más recientes. Y se entrevé también que todo esto ha penetrado en la mente del autor, no diré exclusivamente, pero sí sí principalmente, a través de libros franceses".
(Juan Valera, carta a Rubén Darío, Madrid, 22 de octubre de 1888)

Lo mismo puede decirse deIan Charles Lepine, sustituyendo los libros franceses por la literatura de Inglaterra. Shakespeare y sus mitos permean la textura, en traducción del mismo autor. Wilde y su ironía vuelven a vivir y en alguna ocasión nos toma por asalto un aleph borgiano. (Borges, que quiso ser un escritor de la lengua inglesa, y al no lograrlo definió el destino de la lengua castellana, "el bronce de Francisco de Quevedo").

 El lenguaje manda, el Espíritu impera, como en Don Quijote, como en Niebla de Unamuno, el autor aparece también como un relámpago vivo en las páginas. El juego de espejos, una de las claves finales, se multiplica como en las barrocas Meninas. Selene Argent vivirá por siempre en su retrato y nosotros y los infinitos seres que nos sucedan jamás descifraremos el secreto de la Luna, quizás porque como dijo Platón, y es el epígrafe de la novela, "Mientras el alma esté infectada por los males del cuerpo, nuestros anhelos no se cumplirán, ya que anhelamos la verdad".